En las primeras décadas del siglo XX, el ART DECÓ, un nuevo estilo arquitectónico nacido en Francia y rápidamente difundido en muchos países va ganando adeptos.

 

Este estilo que posee una mirada historicista pero también se nutre de las “vanguardias figurativas de fines del 1800 y comienzos del 900, tales como el cubismo, el expresionismo, el fauvismo y, en especial el futurismo, empieza a ser amado y alabado. El filme alemán Metrópolis de Fritz Lang (1927) le da impulso y llega allende los mares. En Estados Unidos surgen edificios de este novel estilo de costa a costa y de Norte a Sur. El cine lo adopta, le adicionan las luces de neón. La carrera hacia los cielos neoyorquinos se desarrolla con vertiginosa velocidad con rascacielos Art Decó: el edificio General Electric, el Chrysler y el Empire State entre los más destacados.

En tanto en esa época Argentina tenía una posición de privilegio en el mundo, el progreso estaba al orden del día y en Buenos Aires, la gente estaba dispuesta a abrirse a la modernidad.

Un joven arquitecto, Alejandro Virasoro, comienza a forjar sus proyectos, tanto en lo proyectual como lo constructivo ya que para llevarlos a cabo crea su propia empresa: “Viribus Unitis” (Fuerzas Unidas).

Varias de sus obras son emblemáticos ejemplos del Art Decó: la Casa del Teatro (Av. Santa Fe 1243), la sede del Ex Banco Hogar Argentino (hoy Santander, Bme. Mitre 575), la Equitativa del Plata la que integra el gran conjunto de cúpulas de las 5 esquinas (Bme. Mitre, Diagonal Norte y Florida).

 

 

 

 

 

 

Su propia casa, que diseña en 1925 en la calle Agüero 2038, es otra edificación que responde a los cánones del estilo y establece comunicación con la propiedad aledaña, también obra suya, en la que en algún momento funcionó su estudio de arquitectura.

Varias de sus obras se ubican en un área cercana de los barrios de Recoleta y Palermo como si su casa y estudio hubiesen sido un centro irradiador de su arquitectura: en las Avenidas Santa Fe, Del Libertador, Callao, Las Heras, Cerviño, Coronel Díaz. En un lapso de aproximadamente 10 años su labor es prolífica. Luego, las consecuencias de la crisis del 30 lo afectan y se ve obligado a cerrar su constructora que llegó a tener 1500 obreros. Parte entonces a Mar del Plata, donde reside por un largo período.

En los 50 retorna a Buenos Aires y vuelve a construir, mayoritariamente edificios de propiedad horizontal, aunque entonces los aires de cambio habían soplado y el Art Decó había languidecido cediendo su lugar al estilo internacional y otras tendencias más modernas. Estos nuevos edificios reflejan esos cambios. Las líneas rectas o quebradas, los escalonamientos que caracterizaron sus construcciones de los 20 y 30 mutaron en frentes más lisos revestidos en venecitas, con aventanamientos de mayores dimensiones, balcones con barandas metálicas en hierro, rigurosamente pintado de negro, con algún detalle distintivo tales como alguna columna solitaria revestida también en venecitas pero de color contrastante con el resto de la fachada. Por lo general, un solo departamento por piso con una distribución en planta ubicando las áreas sociales hacia el frente y las más íntimas hacia el contrafrente, mientras las áreas de servicios articulaban esos espacios. En uno de esos edificios establece su residencia particular en la que vive hasta el fin de su vida.

Encontramos obras suyas, además de las de la Ciudad de Buenos Aires y Mar del Plata, en San Miguel de Tucumán, Rosario y algunas localidades del conurbano como Avellaneda y Quilmes donde llevó a cabo algunos proyectos de carácter social de casas bajas para la clase media.

A fines de los 60 proyecta sus últimas obras. Su vida se extingue en 1978. Su legado permanece y aunque algunas construcciones se han perdido o modificado, varias cuentan hoy con protección patrimonial, lo que nos permite seguir observándolas. Y en una de ellas, en Palermo Viejo, funciona un bar de jazz que lleva su nombre.